sábado, 20 de marzo de 2010

Helados en Bolsitas


Los helados en bolsitas eran ideales para comérselos en la playa, porque estaban hechos de un hielo muy grueso y se demoraban siglos en derretirse. Además de eternos, eran dulces y de colores.
Mi preferido era el de frambuesa: a medida que uno los saboreaba, la boca iba quedando automáticamente roja. A veces me daba por jugar a la vampiresa con mis primos y yo que era bien cargante con ellos. Los perseguía con tal seriedad, que podía ver el temor en sus caras. Creían que en verdad los iba a morder y huían despavoridos. Pienso que mis colmillos de plástico (unos que había recogido en una piñata) ayudaban mucho a darle ese halo terrorífico a la criatura que encarnaba.
Claro que nunca llegué a cumplir con mis amenazas de enterrarles mis dientes como en una película de Carpenter. Sólo les ponía mi cara, asi, con la boca abierta inmensa y los ojos achinados perversos, y me ponía una linterna prendida debajo de la pera. Recuerdo que el juego siempre finalizaba a las 6 de la tarde, porque a esa hora mi mamá llegaba a buscarme a la casa de los pobres diablos. Pero yo no ponía ni un solo pie en el auto sin que antes mi mamá me comprara un segundo helado de bolsita, esta vez uno morado.
Me encantaba ver cómo el hielo quedaba blanco después de adsorber toda la esencia de la mora. Eso me hacia sentir como una vampiresa que cargaba energías para poder corretear a mis primos al día siguiente.
Pero nada podía ser perfecto. Yo presentía que llegaría el momento en que mis primos tendrían que revelarse. Por muy atontados y lentos que fueran, no me podían obedecer por siempre. Y efectivamente, un día ya no lo hicieron más: recuerdo que fue una vez el mayor de ellos llegó a vacacionar con mi familia a la playa. Venia con una pésima actitud y yo inmediatamente me di cuanta de que quería destronarme. Secundado por sus primos, me copiaba toda mi rutina para demostrarme que él también podía tener el poder de asustarnos.
Como yo era mayor, no me quedo otra que hacer un gesto y dar un paso al lado; permitirle que fuera él quien me atrapara. Claro que nunca estuve muy convencida de mi concesión y una vez que estábamos jugando en la arena fue tanto lo que grité, que atraje al verdadero monstruo de la playa: a un salvavidas. Un enano musculoso que no hizo más que ponerlo en su lugar.Nunca supe realmente lo qué fue lo que le dijo, pero lo cierto es que después de conversar con él en un rincón, lo dejó tan mansito que solito me devolvió mi sitial. Durante todo ese verano fui yo, y sólo yo, la que tubo el derecho de comer helados en bolsita para cargar esas energía que luego necesitaba para hacer de vampiresa.

Bueno, esta historia me la paso una amiga que quería que la pusiera aquí, porque prefería que yo la contara a mi manera pero sin dejar de lado el verdadero contenido ^-^
Así que espero que le guste como quedo n.n



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